Incapaces de generar, regenerar, reproducir o producir en cantidades democráticas líderes de talla, las izquierdas latinoamericanas, como las demás izquierdas del mundo, adoptan el nefasto y odioso modelo oligárquico de liderazgo, es decir, el modelo dinástico y monárquico de las élites endogámicas, caciquiles y nepotistas, en el que los caudillos, cabecillas, jefes y gauleiters, muchos de ellos familiares y amigos, disfrutan de jefaturas de Estado vitalicias o casi vitalicias o se desplazan, momentáneamente y con la sola intención de burlar las constituciones patrias, cultivar sus contactos y vano protagonismo, a los puestos de la burocracia internacional, nacional o privada.
Los Castro, Chávez, Maduro, Bachelet y compañía, a pesar de ser la cara de ciertos avances sociales y económicos, se constituyen políticamente en la imagen especular de las tradicionales oligarquías que han sangrado y aún sangran al subcontinente americano, atrapando a millones de trabajadores en el callejón sin salida de la lógica y las categorías políticas de los explotadores y construyendo una versión salsera de la horripilante monstruosidad juche de la monarquía que asola Corea del Norte, con los mismos tintes ultranacionalistas y racistas y, en el fondo, por las mismas razones que la originaron y consolidaron: el auge de China y la destrucción de la URSS.
¡Caciques al GULAG!
Workers of the World, Unite!
¡Reciprocidad! ¡Repatriación! ¡Revolución!